Iba a necesitar unos días para recuperarse,
pero tenía suelto. Para Unno Schiafino, Ulises meridional por obra y servicio,
seis días duró la singladura por el piélago. Cuatro, y no dos, eran los islotes
descubiertos además del suyo, total, familia numerosa. Sin ceremonias alargó la descubierta peligrosamente hasta el
límite de sus víveres y energías. Ya en la seguridad del chamizo, evaluó la
Epopeya como notable alto. El bagaje no era escaso. Una herida de guerra
gentileza del áspero palo de la vela, que en un caprichoso cambio de viento le
había tatuado el mapa del tesoro en un hombro. Cargó el Nautilus con todo lo
que pudiera serle útil de lo encontrado. Ahora conocía el mundo que le rodeaba;
los alisios del sudeste dominaban, la corriente de Humboldt fluía sin cansancio pero con memoria, gateaba
fría desde las simas hasta el kilómetro cero de la tierra. Con todo, intuía
alguna ruta de salida.
En detalle, de los cinco islotes, dos eran fantasmas porque desaparecían con el flujo de las mareas, sin vegetación ni cobijo alguno, sólo servirían como puerto temporal. Los otros dos, los más cercanos, eran del mismo linaje que el suyo. Unno compuso un bonito bodegón de naturalezas muertas; exánimes objetos rescatados de las playas encontradas: maromas, garrafas, salvavidas sin curriculum, madera noble y plebeya, una revista Hustler de piel acartonada pero de buen ver, dos maletas de cerradura de combinación con la barriga llena, que herméticas, habían salvado sus entretelas del expolio del naufragio, como se verá más adelante, le satisfizo bastante, rozó la gloria plena el salvar la lencería fina de su natural impudicia textil, y a él, de un brote inconfesable e inoportuno de fetichismo crónico, con su pulsión inherente.
Continuará....
(Texto Nemo Ipse)
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