Dice que le queda poco para jubilarse y que no tiene quien recoja el relevo
Probablemente, cuando Ángel se jubile, los vecinos de Fuente de Cantos y los que pasamos por allí alguna vez, no podremos desayunar los churros con chocolate que prepara
Ángel el churrero.
Al sitio se le apaga el ángel. Las tinieblas difuminan los contornos de los bultos allí acumulados durante décadas. La luz escasea por agotamiento de los materiales.
A Ángel, el rictus triste se lo ha tatuado, cruelmente, el tiempo, siempre severo con los reos que madrugan. El corazón ya lo tiene dormido acunado por el silencio amnésico del amanecer. Pasos arrastrados, tras una barra creciente que ya le llega casi al cuello. Resuello quedo del churrero. Dos clientes cheposos respiran un aire usado, respirado mil veces ya. Y tres caminantes de paso, ven al lugar, levitar, suspendido en otro tiempo ya muerto, y esperan un milagro, que Ángel diga algo. Su mirada infinita, agotada, no tiene horizonte, pero sí bondad, honradez y un desfallecimiento no consentido.
Nemo.
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