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miércoles, 3 de abril de 2013

Coto de caza




    "El hombre-cazador o el hombre-pescador, que tanto monta, sale al campo, no sólo a darse un baño de primitivismo, sino también a competir, a comprobar si sus reflejos, sus músculos y sus nervios están a punto, y para ello, nada como cotejarlos con los reflejos, los músculos y los nervios de animales tan difidentes y escurridizos como pueden serlo una trucha o una perdiz. Tenemos, pues, que en la caza subyace un sentimiento de confrontación, de duelo, que tiende en definitiva a demostrarnos si nuestra inteligencia y nuestra resistencia física son capaces todavía de imponerse al instinto defensivo, la rapidez y la astucia, de una perdiz o un conejo. Esta competencia implícita exige una lealtad, una ética. El hombre-cazador debe esforzarse, por ejemplo, porque este duelo se aproxime al rigor que presidía los torneos medievales: armas iguales, condiciones iguales. Por sabido, la perdiz no podrá disparar sobre nosotros, pero nosotros quebraremos el equilibrio de fuerzas, incurriremos en deslealtad o alevosía, si nos aprovechamos de sus exigencias fisiológicas (celo, sed, hambre), de sofisticados adelantos técnicos (transmisores, reclamos magnetofónicos, escopetas repetidoras), o de ciertos métodos de acoso (batidas, manos encontradas) para debilitarla y abatirla más fácilmente.
    De aquí que yo no considere caza, sino tiro, al ojeo de perdiz y recuse la caza del urogallo -mientras canta a la amada, a calzón quieto-, por considerarlo un asesinato. En una palabra, para mí, la caza exige un desgaste, una cuota de energía -cada cazador debe elaborarse por sí mismo su propia suerte- y un respeto por el adversario, lo que equivale a decir que el éxito de una cacería no depende del morral más o menos abultado conseguido al final de la jornada, sino del hecho de que nuestros planteamientos tácticos y estratégicos hayan sido acertados y al menos en alguna ocasión hayamos logrado imponerlos a la difidencia instintiva de la pieza. Entendida la caza de este modo, una jornada de dos perdices, bien trabajadas, limpiamente abatidas, puede ser más gratificadora que otra de dos docenas con todos los pronunciamientos favorables. No es, pues, la cantidad, sino la dosificación de nuestro esfuerzo y el acierto de nuestras intuiciones, lo que determina el éxito o el fracaso de una cacería; nuestro grado de satisfacción, en suma".

Miguel Delibes: La caza: mi punto de vista



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y esa bota? Es tuya? Se la quitaste al cazador?

florodelmonte dijo...

No estaba allí, supongo que esperando a alguien que la inmortalizara